Llegamos tarde a la subasta de chatarra, también conocida como las rebajas anuales del mercado de aficionados de bajo nivel, porque Momo quería cazar bichos. Desde el momento en el que pisamos Soren Draa, parecía como si el suelo hubiese cobrado vida. Metió el pico en la hierba y casi me arranca la correa de las manos.
Así fue como llegué al último lugar al que quería ir: quince minutos tarde, abriéndome paso a codazos por una multitud de asistentes, peleándome y rogándome con un pájaro tres veces más grande que yo. Siempre me digo que entrené bien a Momo, pero los moa suelen ser inquietos por naturaleza. Para cuando conseguí persuadirla para que entrase en su redil y hube desempaquetado todo, ella ya estaba haciendo soniditos sospechosos a los transeúntes.
“Ya perseguirás todos los bichos que quieras cuando acabemos. Podrás hacerlo durante una hora entera, si quieres”. Me di prisa en montar mi invento, comprobé rápidamente el arnés y el estuche, y se lo deslice a Momo sobre la cabeza de manera que el analizador biotérmico se apoyase cómodamente sobre su esternón. Hice una prueba; la estimación de quince años apareció al instante y la pantalla se leía con claridad. “Créeme, quiero que todo esto se acabe tanto como tú”.
“Cuoc”. Momo erizó su plumaje rosa brillante, inclinó la cabeza a un lado y observó un trozo de hierba como si lo estuviese retando a producir algún ser vivo. Me reí y me sentí mejor.
Por primera vez, me alegré de que mi M.A.S.C.O.T.A fuese sencilla y poco ostentosa. Había algunos inventos en venta que eran enormes, con luces parpadeantes y terminales. Le habría echado el guante a una pequeña estación más barata, situada lejos del paseo principal. Aunque me ofrecía menos posibilidades de que un comprador potencial se acercase, yo no esperaba que nadie se interesase en mi invento.
Una voz atravesó el sonsonete de la multitud. “Vaya, vaya, pero si es el desastre rumiante. Creía que te habías rendido, Vikki”.
“Tonni”. Respiré hondo antes de darme la vuelta. “¿Vas a exhibir hoy?”
Tonni se abrió paso hasta la parte delantera de mi puesto y me dio una de esas miradas frías y evaluadoras que tanto había temido en mis años de escuela. Llevaba el cabello perfectamente enrollado alrededor de sus largas orejas; su impecable abrigo negro y rojo estaba ataviado con las últimas mejoras personales de tecnomagia. Seguramente, esperaba demasiado si creía que habría pasado por una mala racha, habría reconocido lo mala que había sido y ahora venía a disculparse.
“Vengo a comprar, no a exhibir”. Y arrugó la nariz. “Quizá. Estoy buscando diamantes en bruto. Magníficas ideas adelantadas a su tiempo, proyectos ambiciosos en solitario con trabas por culpa de restricciones éticas irracionales… Esas cosas”.
Tragué saliva. “No tengo nada de eso”.
“Increíble”. Miró a Momo de arriba abajo. “¿Eso que tiene el pájaro lo has inventado tú? ¿Qué es?”.
Quería mandarla a cazar bichos, pero ¿y si era la única persona con algún tipo de interés en comprar? ¿Y si sentía curiosidad de verdad? Me puse de pie y ajusté el arnés del analizador. Momo resopló. “Este es el Medidor Absoluto de Supervivencia con Contador Opcional de Tiempo Activo”, le dije. “Pre… Bueno, predice el tiempo restante de existencia de los animales domésticos”.
“El nombre es un poco forzado, ¿no? ¿Te dice cuánto va a vivir el animal?”.
Me ardían las orejas, pero continué con mi perorata. “Puede ayudar a identificar condiciones médicas desconocidas al llevar a cabo una examinación completa del cuerpo del… Momo, ¡shh!”.
Momo graznó y volvió a meter el pico en la hierba, buscando algo. Estiré de ella suavemente y diría que oí la risita de Tonni.
“¿Por qué no me haces una demostración?”, dijo. “Si es que tu pájaro te lo permite, claro”.
“Claro que sí. Momo, para”. Ajusté el cabestro, acaricié el plumaje de Momo y bajé la cabeza mientras iniciaba la M.A.S.C.O.T.A. Pitó, vibró y cubrió a Momo brevemente con una luz violeta, algo completamente innecesario para el análisis, pero mi mentora, Floxxa, me recomendó añadir algo de teatralidad. “Como puedes ver, esta moa…”
Me paré en seco y miré a la pantalla. No podía ser… No era correcto.
Tonni miró por encima de mi hombro y leyó la pantalla. “¿Un año?”.
“No está bien”, tartamudeé. “Debería indicar quince años, no uno. Solo tiene un año; acabo de probar el dispositivo. Seguro que es…”
“¿Un fallo?” Sacudió la cabeza y chasqueó la lengua. “Qué lástima. Como es un prototipo defectuoso, te daré la quinta parte de lo que vale”.
Me senté bajo un árbol y miré cómo el resto de los inventores aficionados cargaron sus proyectos no vendidos. Algunos se fueron llorando. Me sentí fatal siquiera por pensarlo, pero al menos mi invento no fue el único que no funcionó correctamente.
“Fue un fallo”, le dije a Momo, quien se había cansado de correr por la hierba después de que le entregué la M.A.S.C.O.T.A. a Tonni. Reposó la cabeza sobre mi rodilla y le acaricié las plumas de la cresta, de manera que volvían a levantarse al instante. “Bueno, de todas formas, siempre nos queda el año que viene”.
El año que viene. Me dio un vuelco el estómago. ¿Y si no era un fallo? ¿Y si condenaba a Momo a pasarse su último año de vida en Tyria, jugando con sus juguetes en un rincón del laboratorio de Floxxa mientras me metía de lleno en otro invento, solo porque era más fácil creer que mi primer proyecto estaba roto? Si esta fuese una de esas historias de mejora educativa que leí de niña, todo habría sido exactamente igual.
Por supuesto, los protagonistas de estas historias siempre tenían razones para creer en sus inventos.
“Hay rancheros moa en Kryta”, me dije en voz alta, y le rasqué a momo en el entrecejo. “Podrían darnos una segunda opinión”.
Solo había visto pinturas de Kryta, pero la sola idea de viajar por un mar de hierba bajo el cielo azul despejó algunas de las nubes plomizas de mi mente. Me imaginé a Momo paseándose por los campos, estirando las piernas y disfrutando del sol. Siempre he estado demasiado ocupada o cansada para llevarla a algún sitio interesante.
Mi única esperanza de conseguir algún tipo de credibilidad científica en Rata Sum se había esfumado… por apenas el dinero suficiente para pagar lo que me cuesta el laboratorio. Ni siquiera me sobró una moneda para pasar por la puerta al Linde de la Divinidad. Y si Momo estuviese muy herida o enferma…
Pero parecía tener la salud perfecta. Cuando la miré, gorjeó suavemente, como si dijese ¿Aventura? ¡Vamos!
“¿Qué te parece, Momo?” Confié sonar más segura de lo que me sentía. “¿Quieres ir a dar un paseo?”
Artículo extraído de www.guildwars2.com. Puedes distribuirlo siempre que pongas la fuente original. |
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