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jueves, 3 de noviembre de 2016

Descubriendo Tyria: capítulo cuatro - Guild Wars 2

En la MomoCon de este año, los miembros del equipo narrativo presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki y su moa, Momo, a los que podéis conocer con mayor profundidad en los capítulos unodos y tres de su historia.



El crepúsculo ya había caído para cuando cruzamos la frontera krytense, lo que frustró mis planes de dejar que Momo correteara por ahí un rato. También implicó que llegáramos hasta Shaemoor sin darnos cuenta de que algo se escurría entre los árboles detrás de nosotros.
Me agaché en el camino para darle una manzana a Momo y aproveché la ocasión para echar un vistazo alrededor. Al no ver nada, me puse a mirar a Momo. Tras destrozar su aperitivo, silbó y se agitó nerviosamente. Sea lo que sea lo que había ahí detrás dejó de moverse cuando nosotras lo hicimos.
Quería pensar que solo nos habíamos asustado por la festividad. Se supone que Arco del León es el sitio al que el espíritu del rey Oswald Thorn regresa cada año para aparecerse en Kryta, pero el resto del reino también estaba de ese humor. Habíamos pasado por espantapájaros con cabezas de calabaza podridas por el camino, habíamos visto a gente con disfraces raros deambulando por los campos y me habían dado un folleto para un espectáculo de Halloween. “No toques las puertas de desconocidos”, me advirtió un tabernero. “Podrían aparecer de repente en cualquier parte”.
Pero había muchas cosas de las que asustarse en la campiña krytense en cualquier época del año. Como de los skelks. O los bandidos. Le metí prisa a Momo.


Un explorador me señaló hacia un rancho de moas. Era muy pequeño, pero sus aves parecían estar de buen humor y el personal las estaba devolviendo al redil cuando llegamos Momo y yo. Mepi, el dueño del rancho, se detuvo a hablar conmigo en la puerta. Le expliqué por qué habíamos venido y me disculpé por llegar tan tarde.
“Le echaré un vistazo por la mañana”, dijo Mepi. “¿Tenéis algún sitio en el que quedaros?”.
“No”, admití.
“Bueno, ¿por qué no entráis? No es nada del otro mundo, pero al menos tendréis un techo. Sacaremos el colchón de paja y tú podrás comer con Cassie y conmigo”.
Era una oferta muy generosa. Los rancheros krytenses no tenían gran cosa, salvo aquello que ellos mismos hacían, y yo era una desconocida. Con todo, la idea de pasar la noche allí me indispuso un poco. ¿Qué podría decir si intentaran hacer algo amable por mí para ser educada? ¿Y si cometía un error y hacía un desastre en su casa? ¿Y si servían carne de moa para cenar?
“Es muy amable por tu parte, pero Momo se pone nerviosa en lugares nuevos”. Me sujeté las manos para mantenerlas firmes. “¿Supondría mucho problema que me quedara con ella en el establo?”.
Mepi se frotó el mentón. “No lo sé. Hemos tenido muchos problemas con los bandidos, aunque últimamente no salen mucho de noche. Es esa época del año… pero supongo que, mientras estés con los moas, no te pasará nada”.
“¿Qué quieres decir?”, pregunté.
“Basta con que no os mováis de allí”. Mepi se encaminó hacia su casa. “Te traeré una manta.”

Me eché la manta sobre los hombros y me hice un huequecito en el establo con Momo. Se revolvió un poco, me acicaló el pelo y, luego, se acurrucó en torno a mí. Me recosté sobre ella. No hace nada mal de almohada… Luego, apoyé los pies en la mochila.
Algo rebotó en mi regazo, lo que me sacudió enseguida. Unos ojos verdes brillantes me observaban, unas pequeñas zarpas me presionaban el estómago y un ronroneo me acariciaba los oídos. “Oh”, exhalé. “Pero si solo eres un gatito…”.
El gatito negro me acarició el mentón con el hocico y se buscó un hueco entre mis piernas. Momo abrió un ojo solo para mostrar su total ausencia de sorpresa y me volví a relajar. No estaba nada mal. La hierba desprendía un olor dulce, los moas gorjeaban alegremente no muy lejos de nosotras y las ventanas de la casa de Mepi brillaban con una suave luz dorada. Había dormido en sitios mucho peores durante la universidad.
Con una mano bajo el mentón del gato, cerré los ojos.


Soñé que me caía por un cielo estrellado y, debajo, se arremolinaba un miasma verde. Cuando se rompió, estaba al aire libre. Debajo de mí se extendían un paisaje vasto y retorcido de roca negra, árboles combados y estériles y fuegos extraños. Una senda rota se abría paso hasta un cementerio con un mausoleo solitario, que se alzaba sobre una aguja de piedra, en el centro. Oí risas y gritos y, según me iba acercando a toda velocidad, vi que el laberinto estaba lleno de gente. Todos corrían, luchaban y bailaban por ahí. Bueno, no solo gente… También criaturas. Por encima de todo ese caos, la luna acechaba con una sonrisa.
Cerré bien los ojos. Cuando los abrí, me hallaba sobre un acantilado oteando el laberinto. Más gente se arremolinaba en torno a mí, entrando y saliendo de una puerta que se abría al vacío estelar. Eran terroríficos y un poco irreales: una humana con un vestido de terciopelo encorsetado; un sylvari con cuernos y alas de murciélago correosas y enormes; otro asura que llevaba una fogosa máscara de cabeza de calabaza… Todos llevaban armas. Algunos caminaban hasta el borde del acantilado, se quedaban sobre un sello y desaparecían con una ráfaga de viento.
Momo estaba cerca, examinando una gran jícara. Justo cuando me dirigía hacia ella, una voz brusca dijo: “Vaya, vaya. ¿Qué será?”.
Me di media vuelta. Sobre una plataforma pétrea elevada junto al borde del acantilado se encontraba un charr apoyado en un báculo. Estaba vestido con un sudario deteriorado, con los ojos vendados, cubierto de cadenas y con los cuernos aserrados. O al menos, parecía un charr… Su cola brillaba como un ascua encendida.
“¿Yo?”, chillé.
El charr extendió su báculo. Una linterna verde brillante sujetada por una mano esquelética oscilaba en el extremo. “Tú. ¿Puedes escalar la torre del reloj? ¿Te interesaría unirte al desfile de muerte del laberinto?”.
Me protegí los ojos y recuperé la voz. “Ni lo uno ni lo otro, la verdad”.
Se puso a cuatro patas, estiró su larguísimo cuello hacia mí y olfateó. “¿No sientes ni un poquito de curiosidad?”.
El laberinto era demasiado grande y había demasiados gritos y risas. Toda la gente que transitaba por allí era peligrosa y poderosa. Me sentí totalmente perdida.
“No, gracias”. Me froté los brazos. “Solo me gustaría volver al lugar del que he venido”.
El charr me enseñó los dientes. “Corre, pues”, exclamó. “Corre hacia el lugar del que partiste”.
Hui hacia la puerta y arrastré a Momo conmigo. De haber tenido suficiente fuerza, la habría llevado a cuestas. Esta vez, cuando me caí en la noche estrellada, solo sentí alivio.

Cuando me desperté, mi corazón seguía acelerado. El gato se había ido y, ahora, tenía frío en las piernas. Momo se quedó dormida rápido, como el resto de los moas. No escuché ni pío. Me quedé muy quieta e intenté tranquilizarme.
Me centré tanto en autoconvencerme de que mi imaginación estaba trabajando de más que no podía creer lo que veían mis ojos cuando un trozo de sombra se desprendió de la pared trasera del establo y se arrastró hacia mí.
Eso no está pasando, pensé, mientras fingía respirar con normalidad. No está pasando.
Algo me levantó el pie. Oí un tintineo y el más suave de los crujidos.
Algo se movía dentro de mi mochila.
Artículo extraído de www.guildwars2.com. Puedes distribuirlo siempre que pongas la fuente original.

Descubriendo Tyria: capítulo tres - Guild Wars 2

En la MomoCon de este año, los miembros del equipo narrativo presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki y su moa, Momo, a los que podéis conocer con mayor profundidad en los capítulos uno y dos de su historia.
Además de ayudar a crear el concepto del personaje para Vikki, los jugadores votaron qué lugares querrían que visitasen. El voto ganador fue el Dominio de los Vientos, hogar de los tengu insulares.


Acabábamos de llegar hasta el punto de ruta cerca del mercado Mabon cuando me di cuenta de que Momo estaba cojeando.
La llevé hasta el gran puente que conectaba la puerta de tengu con el continente, mientras me notaba el estómago algo revuelto. No se la veía aletargada ni apática, pero se apoyaba más en una pierna. Me dije que, seguramente, se le habría clavado una piedra (algo que, en sí, no era preocupante), pero mi mente se dispuso a ofrecerme montones de posibilidades espantosas.
Mientras la examinaba, un mercader tengu pasó por delante de nosotros armando ruido, tirando de un carrito y con una pequeña manada de moas. Momo estiró la correa, dirigiéndose hacia ellos gorjeando, y me las vi negras para conseguir que se quedara quieta. Pensé que lo mismo no había hecho un trabajo tan estelar entrenándola…
Me senté y apoyé su pata en mi regazo. Tenía como unas escamas metálicas pegadas en la parte inferior de los dedos y algo puntiagudo me pinchó cuando pasé el pulgar para quitarlas. Me agaché para ver qué era… ¿Alambres? Quizá pisó algo mientras estábamos en la subasta de chatarra.
Momo silbó angustiada. “Sé que odias que te toquen las patas”, dije, “pero dame un minuto”.
Los alambres eran demasiado cortos para sacarlos con los dedos, pero no tenía pinzas ni ninguna herramienta delicada. Intenté usar las uñas para agarrarlas y estiré para sacarlas. Pobre Momo… ¡estaban muy metidas!
Momo tiraba de la pierna para intentar apartarla, así que tuve que darme prisa, antes de que se cansase y se negase a quedarse quieta. “Shhh, ya casi está…”
Estiré con fuerza, lo cual provocó tres cosas: saqué los alambres, me caí hacia atrás y mis gafas salieron volando ruidosamente. Momo soltó un graznido y me hizo sentir como si una flecha de culpa me atravesase el corazón.
“¡Momo!” Toqué el suelo con las manos, inquietamente. ¿Dónde están mis gafas? Todo estaba borroso… y vi a una mancha rosa tambaleando por el puente, cada vez más pequeña. “¡Momo, vuelve!”

Tardé un poco en encontrar mis gafas; Momo no podía estar muy lejos. Aun así… el único lugar al que podría haberse ido era el Dominio de los Vientos. Había oído que, durante el ataque en Arco del León, los tengu disparaban despiadadamente a cualquiera que se acercarse a la puerta. ¿Herirían a una moa indefensa? Me puse las gafas y empecé a correr.
Los laterales del puente eran demasiado altos para que Momo hubiese saltado por encima hacia el agua, pero tampoco la vi caminando por el muro. Pero sí que vi a dos guardias tengu, que pararon su conversación en cuanto me vieron y se pusieron en posición de defensa.
“Moa”, jadeé, mientras intentaba parar. “Rosa”.
Los tengu intercambiaron una mirada. Uno era flaco y llevaba puesta una túnica azul. El otro iba de marrón y parecía más mayor. “Ni un paso más”, exclamó el flaco. “¿Para qué nos quieres?”
Cogí aire y volví a intentarlo. “Mi moa rosa. No la encuentro. Corrió en esta dirección y…”. Levanté la cabeza para ver si la encontraba escondida en uno de los matorrales floreados, o por si había decidido correr por la franja costera cerca de la puerta. Nada.
La puerta me llamó la atención y no pude evitar mirar hacia arriba… y más arriba… y más. Me mareé. Sentí que estaba respirando más fuerte, como si el gran tamaño de la puerta hubiese absorbido todo el ruido a mi alrededor. Era como esos cubos en Rata Sum: hermosos, pero demasiado grandes. Monstruosamente grandes.
“¿Tu moa?”, dijo el flaco, captando de nuevo mi atención.
“Sí. ¿La habéis visto? Es como su arco de alta, de color rosa eléctrico y lleva un collar de pinchos. Se llama Momo y es mi…”.
El tengu más mayor levantó la mano en forma de garra. “No hemos visto a tu moa”.
“Pero tiene que haber venido por aquí”. No había motivo para que me mintiesen, pero… “La perdí allá, al otro lado del puente”.
“No hemos visto a tu moa”, repitió el tengu, erizando las plumas de la cabeza. “Sigue tu camino, por favor”.
“Pero…”
El tengu flaco volteó a verme. “Creo que he visto a tu moa”.
“Hayato”, dijo el más anciano, y supe que era una advertencia en cuanto lo oí.
“Había uno o dos moas rosas en la manada del mercader”.
Me dio un vuelco el estómago. “¡Debe de haberse mezclado con los otros! Se los ruego, no quiero imponer, pero Momo es todo lo que tengo, de verdad. No me lo perdonaría si la llegase a perder”.
Los tengu juntaron las cabezas y se pusieron a discutir en susurros.
“Va, venga”, oí que el que se llamaba Hayato decía. “Sin duda es su mascota”.
El otro guardia se dio la vuelta y dijo: “Pues haz lo que quieras, pero no cuentes conmigo”.
Hayato se acercó a mí. “No conviene dejar a un animal extraño en el nido. Dices que lleva un collar de pinchos, ¿verdad?”
“Sí”. Había una tensión extraña en el aire, pero estaba demasiado preocupada para siquiera asustarme. “Y protecciones en los tobillos”.
“¿Puedes ver sin esos visores oculares?”
“¿Mis gafas? No, la verdad es que no muy bien”.
“Ve al punto de ruta y quítatelas, por favor. Y date la vuelta. Y espera”.
Asentí, respirando hondo. Me di la vuelta y caminé por el puente.

Cuando llegué al punto de ruta, me quité las gafas y esperé. Era difícil no darme la vuelta, pero la vida de Momo dependía de que yo hiciese exactamente lo que Hayato decía. No estoy segura de cuánto tiempo pasó, pero fue el suficiente como para que hubiese empezado a apoyarme sobre una piedra cuando oí un “¡Hola!”.
Me giré y un borrón azul y un borrón rosa venían hacia mí. Oí a Momo piar y justo me acordé de ponerme las gafas antes de salir corriendo hacia ella.
“¡Gracias, gracias!”. Hundí mi cara en las plumas de Momo. Ella me mordisqueó el pelo, en absoluto molesta. “Siento muchísimo las molestias ocasionadas. ¡No sé cómo agradecértelo!”
Hayato se acercó a nosotras y se puso de cuclillas y le acarició a Momo debajo del pico. “Puedes agradecérmelo evitando acercarte tanto a esta puerta”.
Aunque no sé cómo leer la expresión de un tengu, el tono era extremadamente serio. Me di cuenta de que había hecho algo grandioso por mí y me sentí como si volviese a estar a los pies de la puerta, con todo el ruido ensordecido.
“Lo entiendo”. Tragué saliva. “Gracias”.
“Y prométeme”, dijo Hayato irónicamente mientras se alejaba, “que nunca inventarás nada que permita que los moas hablen”.
Artículo extraído de www.guildwars2.com. Puedes distribuirlo siempre que pongas la fuente original.

Descubriendo Tyria: capítulo dos - Guild Wars 2

En la MomoCon de este año, Leah Hoyer, directora narrativa, y Ross Beeley, diseñador narrativo, presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para Vikki, un personaje nuevo que emprenderá un viaje para salvar a su moa, Momo… y que, posiblemente, vivirá muchas aventuras por el camino.





“La Isla del Llanto”. Me entraron dudas al principio de la ruta. Me preocupaba dejar el camino. “Qué nombre más horrible”.
“Cuoc”, contestó Momo erizando su plumaje. Estaba distraída con la medusa que nadaba en círculos sinuosos alrededor de las redes de pesca y las algas. No parecía tan nerviosa como yo con la idea de acercarnos al hogar de los inaudibles. Pero necesitábamos direcciones y suministros y yo quería evitar el Mercado Mabon… y a los investigadores asuras de allí, de ser posible.
La Isla del Llanto se parecía mucho a otros asentamientos sylvari que habíamos visto de camino al Bosque de Caledon, pero estaba erosionada por el viento y el mar abierto. Una campanilla hecha de conchas planas y juncos colgaba de una puerta, tintineando en la cálida brisa. El cielo estaba despejado y las olas, calmas. En absoluto parecía un sitio para llorar; más bien, parecía un sitio para echar una siesta. Sin embargo, al verlo de cerca, había marcas profundas en los pecíolos de la casa de hoja ancha más cercana, como si alguien le hubiera dado hachazos. El camino a la pequeña isla estaba lleno de pisadas caóticas. Y había mucho mucho silencio.
La mayor parte de lo que sabía de los inaudibles lo había oído indirectamente y no era nada bueno. Algunos decían que habían hundido la flota del Pacto en la Selva de Maguuma; otros, que se habían alzado como una unidad y se habían dirigido al norte para unirse a los ejércitos del dragón de la selva. Todo eso era manifiestamente incierto… Yo hasta había visto a uno en Rata Sum hacía poco… pero ¿cómo debería dirigirme a ellos? ¿Debería ir en plan amistoso? ¿O en plan serio y discreto?
“¿Tú qué dices?”, le pregunté a Momo. “¿Nos pasamos a saludar?”.
Momo trinó y se puso de puntillas como hace siempre que se alegra de ver a alguien. Me giré hacia el camino para ver lo que estaba mirando ella.
La sylvari más alta que había visto nunca se dirigía hacia nosotras, derecha a la isla. Era marrón y verde y llevaba el cabello similar a los helechos y de lado. Era tan ancha como un árbol. “Tenemos visita”, dijo al vernos. Nos rozó a Momo y a mí al pasar y se puso entre nosotras y la Isla del Llanto. Se arrodilló en medio del camino, dejó caer la mochila del hombro y empezó a sacar cosas. “¿Fruta? ¿Herramientas? Puedo venderte lo que quieras, aquí mismo, al borde del camino”.
Algo en su voz hizo que me quedara atrás. No percibí ningún peligro y Momo no dejaba de piar inquisitivamente, pero me recordó a cuando tenía que hacer llamadas inesperadas a investigadores séniores. Me dejaban llegar a la puerta, pero no más allá.
“¿Vives aquí?”, le solté.
La sylvari me lanzó una mirada suspicaz. “¿Herramientas? Será mejor que te prepares bien, si vas ir muy lejos. ¿Estás con la sociedad?”.
“Mi… No, no tengo una sociedad. ¿Qué sociedad?”.
“Por allí”. Agitó la mano en dirección al Mercado Mabon. “Dijeron que iban a investigar las Islas de Fuego. ¿Eso te dice algo?”.
“No”, reflexioné. “El único lugar que se me ocurre así está al sur”. Muy al sur. Solo voy a ir al Valle de la Reina”.
La sylvari desenrolló una alfombra gruesa de juncos y expuso herramientas de recolección, manzanas rojas y un gran trozo de fruta espinada envuelto en una hoja. Las manzanas llamaron la atención de Momo, que movía la cabeza de arriba abajo y miraba de reojo a la sylvari.
“Momo, no supliques. Suplicar es malo“. Fruncí el ceño. “Lo siento, no está acostumbrada a los desconocidos”.
Momo dejó escapar el sonido más diminuto y patético, cual cría de pájaro hambrienta, y metió el pico justo bajo la mano de la sylvari. Los ojos de la sylvari se abrieron de par en par y, después, se rio. “Parece muy acostumbrada a los desconocidos”, dijo. Algo se suavizó en su duro rostro. “Sin embargo, puede que tú y yo no. Deiniol”.
Me llevó un rato darme cuenta de que me estaba dando su nombre. “Yo soy Vikki y esta es…”.
“Momo, sí”. Deiniol la acarició y, luego, le ofreció una manzana en la palma de la mano. Momo la comió de una sentada.
“¿Eso está bien?”. Me preocupaba el dinero.
“He sucumbido a sus súplicas, así que es gratis”. Deiniol metió las manos en el agua para quitarse el zumo de manzana. “¿Qué hay en el Valle de la Reina?”.
“Expertos en moas. Es probable que… Momo esté enferma. No estoy segura”, titubeé. “Quiero que le hagan un chequeo”.
“A mí me parece que está sana. Hay moas rosas cerca, pero Momo tiene el pico más grande que he visto”.
¡Bien! Este es un tema al que podría hincarle el diente. “Eso es porque, en realidad, no es un moa rosa. O sea, sí que lo es, pero no por taxonomía. Es un moa negro con el color diluido”.
La progenie a la que guie a través de esto o bien solía estar delante de mí y solo quería jugar con Momo o bien se aburría de todo, pero Deiniol parecía sorprendida. “¿Dónde encontraste un ave tan magnífica?”.
“Oh”. Por supuesto, yo pensaba que Momo era magnífica, pero… “Nadie más la quería”.
“¿En serio? ¿Ni siquiera por su precioso color?”.
Momo se arregló las plumas con el pico. A veces, me da la impresión de que entiende todo. “Las variaciones en la pigmentación aviar están bien documentadas, y ella destaca demasiado para un guardabosques serio”, dije.
Deiniol me lanzó una mirada larga. “¿Por qué la quisiste ?”.
“Me gusta el rosa. Además, cuando la cogí por primera vez, se quedó dormida bajo mi mentón”.
“Entiendo”. Me sonrió. “Entonces, diría que ambas tenéis buen ojo”.
Le devolví la sonrisa, agaché la cabeza y conseguí balbucear algo amable. Al final, compré todas las manzanas de Deiniol… pero es que eran unas manzanas muy buenas.
Artículo extraído de www.guildwars2.com. Puedes distribuirlo siempre que pongas la fuente original.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Descubriendo Tyria: capítulo uno - Guild Wars 2

En la MomoCon de este año, Leah Hoyer, directora narrativa, y Ross Beeley, diseñador narrativo, presidieron un panel en el que explicaron los fundamentos del diseño narrativo en Guild Wars 2. Con la colaboración del público, crearon un concepto básico para un personaje nuevo. Este personaje y su moa viajarán por territorios conocidos. ¡No te pierdas esta serie de historias para ver el mundo a través de sus ojos!




Llegamos tarde a la subasta de chatarra, también conocida como las rebajas anuales del mercado de aficionados de bajo nivel, porque Momo quería cazar bichos. Desde el momento en el que pisamos Soren Draa, parecía como si el suelo hubiese cobrado vida. Metió el pico en la hierba y casi me arranca la correa de las manos.
Así fue como llegué al último lugar al que quería ir: quince minutos tarde, abriéndome paso a codazos por una multitud de asistentes, peleándome y rogándome con un pájaro tres veces más grande que yo. Siempre me digo que entrené bien a Momo, pero los moa suelen ser inquietos por naturaleza. Para cuando conseguí persuadirla para que entrase en su redil y hube desempaquetado todo, ella ya estaba haciendo soniditos sospechosos a los transeúntes.
“Ya perseguirás todos los bichos que quieras cuando acabemos. Podrás hacerlo durante una hora entera, si quieres”. Me di prisa en montar mi invento, comprobé rápidamente el arnés y el estuche, y se lo deslice a Momo sobre la cabeza de manera que el analizador biotérmico se apoyase cómodamente sobre su esternón. Hice una prueba; la estimación de quince años apareció al instante y la pantalla se leía con claridad. “Créeme, quiero que todo esto se acabe tanto como tú”.
“Cuoc”. Momo erizó su plumaje rosa brillante, inclinó la cabeza a un lado y observó un trozo de hierba como si lo estuviese retando a producir algún ser vivo. Me reí y me sentí mejor.
Por primera vez, me alegré de que mi M.A.S.C.O.T.A fuese sencilla y poco ostentosa. Había algunos inventos en venta que eran enormes, con luces parpadeantes y terminales. Le habría echado el guante a una pequeña estación más barata, situada lejos del paseo principal. Aunque me ofrecía menos posibilidades de que un comprador potencial se acercase, yo no esperaba que nadie se interesase en mi invento.
Una voz atravesó el sonsonete de la multitud. “Vaya, vaya, pero si es el desastre rumiante. Creía que te habías rendido, Vikki”.
“Tonni”. Respiré hondo antes de darme la vuelta. “¿Vas a exhibir hoy?”
Tonni se abrió paso hasta la parte delantera de mi puesto y me dio una de esas miradas frías y evaluadoras que tanto había temido en mis años de escuela. Llevaba el cabello perfectamente enrollado alrededor de sus largas orejas; su impecable abrigo negro y rojo estaba ataviado con las últimas mejoras personales de tecnomagia. Seguramente, esperaba demasiado si creía que habría pasado por una mala racha, habría reconocido lo mala que había sido y ahora venía a disculparse.
“Vengo a comprar, no a exhibir”. Y arrugó la nariz. “Quizá. Estoy buscando diamantes en bruto. Magníficas ideas adelantadas a su tiempo, proyectos ambiciosos en solitario con trabas por culpa de restricciones éticas irracionales… Esas cosas”.
Tragué saliva. “No tengo nada de eso”.
“Increíble”. Miró a Momo de arriba abajo. “¿Eso que tiene el pájaro lo has inventado tú? ¿Qué es?”.
Quería mandarla a cazar bichos, pero ¿y si era la única persona con algún tipo de interés en comprar? ¿Y si sentía curiosidad de verdad? Me puse de pie y ajusté el arnés del analizador. Momo resopló. “Este es el Medidor Absoluto de Supervivencia con Contador Opcional de Tiempo Activo”, le dije. “Pre… Bueno, predice el tiempo restante de existencia de los animales domésticos”.
“El nombre es un poco forzado, ¿no? ¿Te dice cuánto va a vivir el animal?”.
Me ardían las orejas, pero continué con mi perorata. “Puede ayudar a identificar condiciones médicas desconocidas al llevar a cabo una examinación completa del cuerpo del… Momo, ¡shh!”.
Momo graznó y volvió a meter el pico en la hierba, buscando algo. Estiré de ella suavemente y diría que oí la risita de Tonni.
“¿Por qué no me haces una demostración?”, dijo. “Si es que tu pájaro te lo permite, claro”.
“Claro que sí. Momo, para”. Ajusté el cabestro, acaricié el plumaje de Momo y bajé la cabeza mientras iniciaba la M.A.S.C.O.T.A. Pitó, vibró y cubrió a Momo brevemente con una luz violeta, algo completamente innecesario para el análisis, pero mi mentora, Floxxa, me recomendó añadir algo de teatralidad. “Como puedes ver, esta moa…”
Me paré en seco y miré a la pantalla. No podía ser… No era correcto.
Tonni miró por encima de mi hombro y leyó la pantalla. “¿Un año?”.
“No está bien”, tartamudeé. “Debería indicar quince años, no uno. Solo tiene un año; acabo de probar el dispositivo. Seguro que es…”
“¿Un fallo?” Sacudió la cabeza y chasqueó la lengua. “Qué lástima. Como es un prototipo defectuoso, te daré la quinta parte de lo que vale”.




Me senté bajo un árbol y miré cómo el resto de los inventores aficionados cargaron sus proyectos no vendidos. Algunos se fueron llorando. Me sentí fatal siquiera por pensarlo, pero al menos mi invento no fue el único que no funcionó correctamente.
Fue un fallo”, le dije a Momo, quien se había cansado de correr por la hierba después de que le entregué la M.A.S.C.O.T.A. a Tonni. Reposó la cabeza sobre mi rodilla y le acaricié las plumas de la cresta, de manera que volvían a levantarse al instante. “Bueno, de todas formas, siempre nos queda el año que viene”.
El año que viene. Me dio un vuelco el estómago. ¿Y si no era un fallo? ¿Y si condenaba a Momo a pasarse su último año de vida en Tyria, jugando con sus juguetes en un rincón del laboratorio de Floxxa mientras me metía de lleno en otro invento, solo porque era más fácil creer que mi primer proyecto estaba roto? Si esta fuese una de esas historias de mejora educativa que leí de niña, todo habría sido exactamente igual.
Por supuesto, los protagonistas de estas historias siempre tenían razones para creer en sus inventos.
“Hay rancheros moa en Kryta”, me dije en voz alta, y le rasqué a momo en el entrecejo. “Podrían darnos una segunda opinión”.
Solo había visto pinturas de Kryta, pero la sola idea de viajar por un mar de hierba bajo el cielo azul despejó algunas de las nubes plomizas de mi mente. Me imaginé a Momo paseándose por los campos, estirando las piernas y disfrutando del sol. Siempre he estado demasiado ocupada o cansada para llevarla a algún sitio interesante.
Mi única esperanza de conseguir algún tipo de credibilidad científica en Rata Sum se había esfumado… por apenas el dinero suficiente para pagar lo que me cuesta el laboratorio. Ni siquiera me sobró una moneda para pasar por la puerta al Linde de la Divinidad. Y si Momo estuviese muy herida o enferma…
Pero parecía tener la salud perfecta. Cuando la miré, gorjeó suavemente, como si dijese ¿Aventura? ¡Vamos!
“¿Qué te parece, Momo?” Confié sonar más segura de lo que me sentía. “¿Quieres ir a dar un paseo?”
Artículo extraído de www.guildwars2.com. Puedes distribuirlo siempre que pongas la fuente original.